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SAN AGUSTÍN ETLA, México – Los habitantes de San Agustín Etla, en el suroeste de México, preparan sus disfraces semanas antes de las celebraciones del Día de los Muertos, en las que las familias salen a la calle el 1 de noviembre para recordar cómo la muerte puede ser tan alegre como la vida.

En el estado de Oaxaca, las “muerteadas” forman parte de un festival que se prolonga durante varias noches y que los lugareños consideran parte de su identidad. Cada celebración difiere de un pueblo a otro, pero la mayoría comienza en la iglesia principal, donde los participantes y los músicos cantan en honor de sus santos locales. Después, los voluntarios participan en una representación teatral en la que un espiritista, un personaje especial con habilidades sobrenaturales, devuelve la vida a un muerto.

“Participo en las muerteadas desde la guardería”, afirma un residente, con las manos en el traje de diablo que ha confeccionado con docenas de cascabeles de trineo cosidos a la tela. “Me encanta porque es una tradición heredada”.

El montaje de las muerteadas es humorístico tanto para los participantes como para los espectadores. Todos los personajes hablan en verso y los diálogos están llenos de los cotilleos y la sátira política de las comunidades. Aunque hay un guión que guía a los actores, se espera la improvisación.

Una vez que termina la actuación, para celebrar que la vida prevaleció, la noche continúa con una procesión dirigida por una banda. La gente baila, bebe mezcal y visita las casas de los vecinos hasta que la celebración se desvanece junto al cementerio al día siguiente.

“Es un momento muy especial porque las muerteadas no son sólo bailes y bebida”, dice otro residente. “Es un momento para compartir lo que nos proporciona alegría”.

Las muerteadas más antiguas eran procesiones encabezadas por familias enteras ataviadas con máscaras de jaguar, explica Víctor Cata, secretario de Cultura local.

En la época prehispánica, la gente temía que el sol no saliera y, en consecuencia, se acabara la vida. Según esta creencia, las mujeres se convertirían en monstruos y devorarían a los humanos, por lo que la gente se escondía bajo sus máscaras y celebraba vigilias.

Los organizadores empiezan a trabajar en las fiestas del año siguiente en cuanto termina el actual.Los participantes de algunos pueblos pagan una cuota por encarnar a un personaje durante la representación teatral, mientras que se espera que los vecinos contribuyan a contratar a la banda. Los disfraces de diablos y espiritistas pueden costar hasta $800 dólares.

Es parte de una tradición y para la mayoría de los locales es la temporada más esperada.

“Hay cosas que nos duelen a los Mexicanos pero luego lo manejamos con risa, con burla”, dijo un residente. “Cuando me muera, no lloren por mí, le digo a la gente. Traigan la música y alégrense de que estoy descansando”.