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ISBERYALA, Panamá – Las hamacas empezaron a aparecer esta semana en las puertas de 300 nuevas casas construidas en lo que antes era un campo de yuca a lo largo de la costa caribeña de Panamá para las familias de la primera isla baja del país evacuadas debido a la subida del nivel del mar. Las casas construidas por el gobierno llenan esta zona en la que muchos residentes tienen sentimientos encontrados.

Las familias indígenas Guna de la isla de Gardi Sugdub transportaron cocinas, bombonas de gas, colchones y otras pertenencias primero en barcas y luego en camiones hasta la nueva comunidad de Isberyala.

La comunidad indígena, rodeada de selva, se encuentra a unos 30 minutos a pie del puerto, donde unos minutos más a bordo de una embarcación los lleva a sus antiguos hogares. Los funcionarios del gobierno dijeron que esperaban que todos estuvieran trasladados para el jueves.


Sin embargo, eso no significa que todos vayan a abandonar la isla. Siete u ocho familias, que suman unas 200 personas, han decidido quedarse por ahora. Los trabajadores estaban incluso construyendo una casa de dos pisos en la isla el miércoles.

«Honestamente, no sé por qué la gente quiere vivir allí», dijo. «Es como vivir en la ciudad, encerrado y sin poder salir, y las casas son pequeñas».
La diminuta Gardi Sugdub es una de las cerca de 50 islas pobladas del archipiélago del territorio de Guna Yala.

Todos los años, sobre todo cuando los fuertes vientos azotan el mar en noviembre y diciembre, el agua llena las calles y entra en las casas. El cambio climático no sólo está provocando una subida del nivel del mar, sino que también está calentando los océanos y, por tanto, impulsando tormentas más fuertes.

Los Gunas de Gardi Sugdub son sólo la primera de las 63 comunidades a lo largo de las costas del Caribe y el Pacífico de Panamá que las autoridades gubernamentales y los científicos prevén que se verán obligadas a reubicar debido a la subida del nivel del mar en las próximas décadas.

Como la mayoría de las familias que se habían trasladado, López, un líder guna, y su mujer seguían sin tener electricidad ni agua. El gobierno dijo que la comunidad disponía de electricidad, pero las familias tenían que abrir sus propias cuentas. La primera noche se las arreglaron con una linterna de pilas y los hornillos de gas que trajeron de la isla.

Los mangos, los plátanos sin madurar y la caña de azúcar que López había traído esa mañana de su finca, a unas dos horas de distancia, estaban amontonados en el suelo de la casa. Como la mayoría de las familias, no pensaban abandonar del todo la isla donde habían pasado generaciones enteras.