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PASO CANOAS, Costa Rica – Los autobuses rugían al pasar la frontera entre Panamá y Costa Rica. Cientos de emigrantes venezolanos, haitianos y ecuatorianos pegaban sus caras a las ventanillas mientras miraban un cartel que decía “Bienvenidos a Costa Rica”. Pero pocos de ellos verán más del país que las sinuosas carreteras a través de los cristales empañados.

Esto se debe a que la semana pasada Costa Rica y Panamá anunciaron que, en medio de una avalancha histórica de personas que se dirigen a Estados Unidos, miles de migrantes al día serían transportados en autobús desde el selvático Tapón del Darién a través de sus territorios hasta la frontera con Nicaragua.

La medida es la última solución de mosaico adoptada por los gobiernos de Centroamérica, que a menudo han parecido más preocupados por reducir el impacto en sus propias naciones que por cumplir las presiones de la administración Biden para mantener bajo control los niveles de migración.

Entre los más de 420.000 migrantes que han cruzado el Paso del Darién este año. Se abren camino a través de Centroamérica y México hasta la frontera entre Estados Unidos y México, donde las autoridades estadounidenses afirman haber detenido a los migrantes más de 1,8 millones de veces en los 11 primeros meses de este año fiscal.

El volumen incluso llevó al gobierno de Costa Rica a declarar el estado de emergencia a finales de septiembre. Fue una medida drástica en un país conocido desde hace tiempo por sus leyes de asilo abiertas y su hospitalidad.

 

“No tenemos capacidad para asumir este flujo de personas”, dijo Jorge Rodríguez, viceministro de la Presidencia. “La ayuda ha sido generosa, pero no es suficiente”.

Los autobuses recogen a los inmigrantes en los campamentos del este de Panamá y transportan entre 1,500 y 2,000 personas al día a través de la frontera con Costa Rica. Los dejan en estrechos centros de detención donde la mayoría duerme en catres verdes del ejército, literas, cartones o en tiendas de campaña en el suelo donde, según algunos, se filtra el líquido de los retretes portátiles.

A los migrantes no se les permite salir de los edificios vallados, antaño una fábrica, hasta que compran un billete de autobús. Varios migrantes dijeron el lunes a The Associated Press que no habían comido desde el fin de semana. La mayoría de los migrantes compran sus propios billetes de autobús, pagando 30 dólares por persona.

Esto “mantiene la migración fuera de la vista, fuera de la mente”, añadió, pero traslada el problema al siguiente país.

Rodríguez, el viceministro, dijo que aunque los campamentos “no tienen las mejores condiciones”, siguen siendo mejores que antes, cuando los migrantes dormían en la calle. El gobierno está trabajando para hacer frente a la situación, dijo, pero todavía necesita formación para el personal de ayuda, así como donaciones de alimentos, camas y vacunas para detener la propagación de enfermedades.

En Nicaragua, la migración se ha visto poco controlada y, según la mayoría de los informes, es rápida.

Honduras ofrece sus propios problemas. Los emigrantes pueden circular libremente, a diferencia de Costa Rica, pero carecen de saneamiento básico y viven en condiciones lamentables.

Los funcionarios de inmigración hondureños expiden cada día una media de 4,000 permisos de tránsito de cinco días a los migrantes que llegan a las ciudades meridionales de Danlí y Trojes.

El gobierno estadounidense quiere que países como Costa Rica y Honduras gestionen el flujo mientras tratan de hacer frente a los miles que cruzan sus fronteras. El Subsecretario de Estado estadounidense para Asuntos del Hemisferio Occidental, Brian Nichols, declaró a los medios de comunicación a principios de mes que, aunque esos países están haciendo mucho, “tienen que intensificar sus esfuerzos y hacer más”.

Las medidas de Costa Rica y Panamá llegan tras semanas de peticiones de más ayuda internacional para hacer frente a la migración.

A falta de soluciones inmediatas, los líderes de países de origen como Cuba, Venezuela y Haití, junto con los países centroamericanos de tránsito, se reunirán en México el domingo para debatir sobre la migración y lo que está empujando a la gente a huir de sus países. Biden y otros líderes llevan tiempo abogando por abordar las raíces de la migración -corrupción, violencia y crisis económica-, pero hasta ahora los resultados son limitados.