Skip to main content

CIUDAD DE MÉXICO – El volcán Popocatépetl de México se despertó de nuevo esta semana, arrojando enormes nubes de ceniza que obligaron a 11 ciudades a cancelar las clases.Los residentes no eran los únicos que vigilaban de cerca el imponente pico. Cada vez que el Popocatépetl suspira, se estremece o entra en erupción, hay docenas de científicos, una red de sensores y cámaras, y una sala llena de potentes equipos vigilando cada uno de sus movimientos.

Conocido como “El Popo”, el volcán de 5.426 metros lleva casi 30 años escupiendo gases tóxicos, ceniza y trozos de roca caliente desde que despertó de un largo periodo en 1994.Se encuentra a 72 kilómetros al sureste de Ciudad de México, pero mucho más cerca de la zona metropolitana oriental, de 22 millones de habitantes. La ciudad también está amenazada por terremotos y hundimientos del terreno, pero el volcán es el peligro potencial más visible y el más vigilado. Una erupción grave podría cortar el tráfico aéreo o asfixiar la ciudad con nubes de ceniza.

Alrededor de su cima hay seis cámaras, un dispositivo de imágenes térmicas y 12 estaciones de vigilancia sismológica que funcionan las 24 horas del día, todas ellas informando a un abarrotado centro de mando en Ciudad de México.Trece científicos se turnan para atender el centro de mando las 24 horas del día. Es esencial poder avisar de la llegada inminente de una nube de cenizas para que la población pueda tomar precauciones. A diferencia de los terremotos, en el caso del volcán los tiempos de aviso pueden ser más largos y, en general, la cima es más fácil de predecir.

El investigador Paulino Alonso hizo las rondas, comprobando las lecturas en el centro de mando del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred). Se trata de sismógrafos que miden el temblor interno del volcán, lo que podría indicar que roca caliente y gas están subiendo por los respiraderos del cerro.

La vigilancia de los gases en los manantiales cercanos y en la cima, así como los patrones de viento que ayudan a determinar hacia dónde podría desplazarse la ceniza, también desempeñan un papel.Las fuerzas internas son tan grandes que pueden deformar temporalmente el pico, por lo que las cámaras y sensores deben vigilar la forma misma del volcán.

A las autoridades se les ocurrió la sencilla idea de un “semáforo” volcánico con tres colores: verde para la seguridad, amarillo para la alerta y rojo para el peligro.

El centro también tiene monitores en otros estados. Un sistema de monitores sísmicos a lo largo de la costa envía mensajes que corren más rápido que las ondas de choque del terremoto. Una vez que empiezan a sonar las sirenas, los habitantes de Ciudad de México pueden tardar hasta medio minuto en ponerse a salvo, normalmente en la calle.